Espiral en siete partes

I

La nada. No lo sé. La nada. Serlo, con simpleza. Flotar, fluir en una nada, existir en como nada eterna, como la materia sobre la que se expande el universo, lo previo a algo: elijo no ser, siendo. En paz con ese vacío que nunca llega, ese vacío que siempre es todo, que aparece dentro de mi pecho como una boca abierta de dientes romos que me muerde y tira y absorbe y quiero tener el estómago lleno de nada, un útero yermo e hinchado, que todos me traten con cariño como si fuera muy muy frágil porque voy a traer nueva vida al mundo y es la más importante de las tareas pero no señores no yo les traigo la gravedad que machaca los huesos, les traigo el sol estirándose hacia una espiral, les traigo nada nada y más nada, toda la nada que no puedo ofrecerme a mí misma, siempre tan llena, tan fértil para el todo, para los pensamientos que se agolpan y las palabras que recuerdo y arañan como alambre de espino y los recuerdos clavados de tallos de rosa y no sé cómo explicarle nada a la psicóloga, cómo explicarle todo a mi madre, cómo evitar una verborrea inconexa con mi novio y al mismo tiempo claro que sé, claro, si he callado durante lo que parecen milenios. Debería tener la piel tan arrugada como esa falda tableada que ya no me vale, como todas las hendiduras en mi piel en todas las ocasiones que me hiciste llorar.

II

¿Pero y todos los todos? ¿Todos aquellos todos que tanto te llenan del todo, todos estos todos tirados por el cuarto de tu miseria y que quieres patear hasta el borde, hasta el abismo? Sí, ya lo sé: los todos. Los todos brillantes y poderosos y cálidos cuando los tomo entre las manos. Los todos a los que me aferro día sí y día también para no volverme nada. Los todos que vuelven menos atractiva la acera a veinte metros de caída, los raíles del metro cuando está a punto de pasar y ese asfalto, madrileños míos, ese asfalto de noche después de mi cumpleaños más fallido apenas a un palmo bajo mis pies subida dentro del taxi podría abrir la puerta y adiós, estuvo bien, como me dijeron una vez: la vida es como una fiesta a la que vas un poco por compromiso, con cierta esperanza de pasarlo bien, de echarte unas risas, pero de pronto te das cuenta de que es, quizás, un poco deprimente, de que preferirías dormirte unas cuantas horas, de que no te lo estás pasando tan bien como el resto porque no tienes tantas ganas de estar ahí como ellos. Quizás se trate de eso, de que no eres como ellos. ¿Alguien podría culparte por ser el primero irte? Te dirían: no, quédate, no te vayas, nos encanta tu compañía. Y lo agradeces, claro. Aprecias las palabras, pero sin ti también lo pasarán bien. ¿Tan grave es que me marche de la fiesta? ¿Tan grave es desear el sueño? Ha estado bien, gente. Pero estoy cansada. Adiós. Os quiero. Adiós.

III

Todos los todos. También los posibles todos. Quererte, no sé, cinco minutos más por las mañanas. Volver a abrazar a quien hace tiempo que no veo. Saber de mi gente, verles crecer. Las películas que amaré, las mascotas que cuidaré, las risas que me echaré. Los logros, aunque sean tímidos. La gente que llegaré a conocer, los libros que dejaré un momento sobre el pecho cuando una línea se me hunda entre los sesos como el Titanic hacia el mar, con los gritos de mil quinientas personas aún a bordo, con las miradas de quienes se salvaron, con la pareja de ancianos que aprovechó sus últimos instantes como mejor se pueden aprovechar: abrazando a quien más amas, aunque tengas miedo. Cinco minutos más, amor mío. Sólo cinco minutos más.

Todos los todos tienen su sombra. Detrás de cada uno de ellos asoman un par manos que no son mías y que acumulan mil lágrimas que sí lo son. Asoman los fracasos, las palabras de alambre de espino, todos los momentos en los que quiero ser nada: los vasos caídos en la fiesta, el parqué pegajoso, la anfitriona que se queda sola y debe limpiarlo todo. ¿Para qué? Le digo a la psicóloga que se llora demasiado para lo poco que se ríe. Le digo que no merece la pena. Que me quedo, pero que no (me) merece la pena. Y siento que le parto los dedos a las manos que asoman y que contienen mis lágrimas, que te abrazo demasiado fuerte en la cama y te asfixio, que no vuelvo nunca, mamá, lo siento mucho. Sé que querías venir a recogerme.

IV

Si me marchara. Si me marchara sería peor. No sería partir dedos, asfixiar, no presentarme en la estación: sería volverme criatura indescriptible, estallido de globos oculares según se me mira, vómito que asciende con garras de ácido por la garganta, una contracción que anuncia el parto de una rabia negra y una pena que arde dentro del vientre y que cauteriza entre las piernas, y un grito sordo, ahogado en cincuenta gargantas, quizás cien. No muchas más. No tantas, si lo pienso en perspectiva -qué somos, qué soy en la magnitud incognoscible del universo-, pero gargantas que amo, que adoro. No podría perdonármelo, incluso siendo nada, lo que siempre debí haber sido ‒prepara el meñique, toma una última bocanada, mira por enésima vez la pantalla de llegadas‒. Prefiero partir dedos, asfixiar y no presentarme en la estación. Y al mismo tiempo lo siento tantísimo.

V

No me gustan demasiado las canciones alegres, ni las películas alegres, ni los libros alegres, ni los personajes alegres, ni soy una muchacha alegre. Soy una muchacha divertida, como algunas canciones que escucho, películas que veo, libros que leo, personajes que adoro. Te arranco una risa de la garganta, soy teatral, performo. Me conozco graciosa y carismática. Pero dice mi mejor amiga que en mi poesía siempre hay un poso de tristeza, como si en mitad de la noche te levantaras a por agua y notases que en la botella de plástico de la que bebes había otro líquido previamente, un regusto a no sabes qué. Ya te lo digo yo como te lo dice ella: tristeza. No, no soy la muchacha alegre, aunque tenga risa de caverna. Por eso parto dedos, asfixio y no me presento en la estación. Por eso me gustaría, a ratos al menos, la nada. Sí, no sé. La nada. Allí donde puedo no ser la muchacha alegre sin que pase nada, donde siquiera pensaría en la posibilidad de ser otra cosa que la nada.

VI

Quiero pedir disculpas a todos los todos. Quiero disculparme por existir como un todo más y querer una no-existencia como nada. Os desprecio sin quererlo, y no lo merecéis. Me gustaría poder disfrutaros sin esa sombra que asoma, esa amenaza. Me gustaría ser de otra forma.

VII

Un todo. No lo sé. Un todo. Serlo, con simpleza. Cualquier todo menos este, menos el todo que soy donde no fluyo, donde no floto: donde me atasco, donde me ahogo. Y sé que no pasa nada y que me queréis así, como este todo concreto. Pero yo no. Yo a este todo lo pateo hacia el borde del abismo y nunca se cae, resiliente. Y lo mimo y le pido disculpas pero nunca se cura porque, al final, siempre retorno a la patada. Y ya no sé qué hacer con él, conmigo. ¿Alguien me lo explica, por favor? ¿Alguien que sepa cómo existir sin pelearse entre dunas ardientes con un dopplegänger tan suplicante como una, con el pellejo levantado y sucio y rojizo como la sangre que brota en los nudillos como a una, con los dientes partidos y tragando sabor a hierro como una? Alguien que le tenga muchísimo miedo a la nada. Alguien que sea alegre. Alguien que no sea yo ‒y que, a la vez, sea un poquito como yo, para que me entienda cuando le cuente todo esto. Quizás el todo que será ella en el futuro. Espero que sí. Espero estar mirándome dentro de veinte, treinta años. Espero abrazarme como yo abrazo ahora a mi todo cuando tenía quince, y besarme la cabeza. Ea, niña, ea. Todo pasa.

(Fuente de la imagen: manga Aku no Hana, capítulo 57).

Comentarios

  1. Dos días he tardado en poder sentarme a leer esto y agradezco que me haya pillado sentada, porque menuda espiral que te arrastra -no sé si hacia arriba, hacia abajo o hacia ningún sitio, pero esto es irrelevante-. Como nunca sé muy bien por dónde empezar, diré primero lo menos importante: fascinada con tu capacidad para jugar con la misma palabra (todo, nada) y generar un ritmo asfixiante que se te atora en la garganta. Me han encantado las imágenes del parto y del embarazo, creo que hay una profunda lectura, como siempre, en tu visión del cuerpo femenino y del rol tradicional de mujer como madre, pero lo que más me gusta es lo visceral que eres, ya lo sabes. Cruelmente sincera, intestina y grave.

    Ahora, lo que más me interesa. Está bien desear la nada, aunque sea egoísta y dramático y radical. No ser, simplemente fluir, es un sueño de reposo que al menos yo también he tenido y que a veces se presenta como una necesidad del alma, no tanto como una hipérbole verbal. Y está bien. Tampoco pasa nada por pensar en los todos, o por sentir que los todos no son suficiente para ti aunque lo sean para los demás. Tienes derecho a explorar(te) y a buscar(te) dentro y fuera de ti, a través de tus ojos y de los de los demás, pero también tienes derecho a ser compasiva contigo misma, no olvides que tú no pediste venir y que muchas personas han contribuido en el proceso de tallado de la Mujer de la Hecatombe del presente. Lo importante es que el cincel ahora lo tienes tú, haz con él lo que te pidan las entrañas y date la forma que más gustes. La tierra mojada vuelve a ser barro y entonces se puede remodelar.

    No sé si esto te ayuda o no, no sé ni lo que estoy diciendo, pero sabes que me gusta dejarte siembre un hilo de pensamientos inconexos inspirados por tu talento. Sigue escribiendo, ese poso de tristeza es tan tuyo o incluso más que los chistes y la diversión, y sinceramente creo que la performance no sería tan auténtica si eso no estuviese ahí.

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