Describe un olor - Escapril día 15

El chico con cara de husky ha sido el único amor de ojos claros que he tenido. Se ve que soy una mujer de madera mojada, madera quemada, madera con brotes verdes, y no de mares rabiosos, cielos despejados o bosques en primavera.
El chico con cara de husky marcó mi recién estrenada adolescencia con un par de meses de noviazgo que oculté a mi madre, aunque que no hubo ni un solo beso más allá de la mejilla ni más pasión que escribirnos poemas en papeles de cuadros.
El chico con cara de husky tenía cara de husky, voz aguda, acento de macarra, se cruzaba de brazos y ponía cara seria conmigo en las fotos del instituto porque éramos los más rebeldes del lugar, pero luego nos suponía un mundo entrelazar los dedos.
El chico con cara de husky usaba una colonia no muy buena, pero yo a esa edad qué sabía de fragancias mejores o peores. Después del primer mes, me regaló una carta más que envolvía en mil dobleces una lámina rectangular de yeso en la que grabó nuestras iniciales con una equis entre ambas. Lo pintó de negro porque seguíamos siendo los más rebeldes, las iniciales en plata. Al otro lado, un corazón mal dibujado en rojo intenso.
El chico con cara de husky debió verter medio bote de su colonia en el trocito de yeso, porque si abro esa carta que aún conservo, con su goma incluida para que no se despliegue sola, aún aguanta el olor: entra hacia la nariz sin obstáculos, huele a una mezcla de todas las colonias masculinas, con ese aroma intenso, enérgico, lejos de toques afrutados o florales, como si los perfumistas se empeñaran en que los hombres deben recordar a la fuerza de la gasolina, y ser igual de adictivos sólo con la fragancia que dejan al pasar, esa fragancia que mordemos en sus cuellos, sabor amargo a Nenuco en la lengua antes de volverlos a besar.
El chico con cara de husky tuvo la bondad de dejarme porque no quería besarle. Se fue con una de su pueblo que sí era lo suficientemente atrevida, madura o sumisa para seguirle el ritmo más adulto que él quería llevar. Yo me quedé con sus palabras de amor, su lámina de yeso y un pedacito de su olor que ella habrá olvidado: cuando saco esa carta del cajón cada mil años y la releo, cuando pego la nariz al papel, se me dibuja una sonrisa al recordar los inicios del pavo, la inocencia de mis pasos y ese chico con cara de husky que me enseñó, sin él saberlo, a quedarme con lo bueno.

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