Empieza con una hora - Escapril día 7

23:00: El ladrido de un perro violento suena a tres mil kilómetros de distancia. Su eco choca contra las ventanas como una pelota de nieve lanzada desde la desesperación de quien nunca es escuchado. Hay casi treinta grados ahí fuera. Subo el volumen de la televisión: Kono bangumi wa, goran no suponsā no teikyō de ookurishimasu.

00:52: Llegas a casa. Menos mal pero no. Estás empapado por la tormenta que cayó hace un rato. Tú dices que es sudor. Una chica con lazos amarillos en el pelo se queda a media frase en el televisor mientras dejas toda tu ropa en el respaldo del sofá. "No la toques", me dices según entras al baño, pero en cuanto cierras la puerta tiro de los pantalones hacia mí y los arrugo entre mis brazos.

01:23: Tu respiración pesada en el otro sofá no me deja seguir los subtítulos. Pauso el capítulo, apago la televisión, te despiertas: "Lo estaba viendo". Eres como mi abuela, como todas las abuelas con las telenovelas. No, no lo estabas viendo. Vámonos a dormir.

02:00: El ladrido de un perro violento suena a mil kilómetros de distancia. Reverbera contra los cristales de las ventanas, que vibran. Te agitas a mi lado y sigues durmiendo. La luna ilumina de blanco toda la habitación, me deslumbra más que la pantalla del móvil y me daña la vista como el más estúpido de los tweets.

02:13: Oigo al perro jadear. Le gotea la saliva de la rabia. Nos va a empapar el parqué como entre a casa. Lo va a dejar lleno de rasguños, va a morder nuestras sábanas. Quiero despertarte pero yo también estoy cansada: los ojos secos, el cuello tenso, mi brazo que ya está dormido sobre tu cintura. Te abrazo desde atrás y cierro los ojos.

04:56: Me despierto con un grito. La baba del perro violento ha caído sobre mi cara según soñaba que alguien me escupía. Te remueves a mi lado y me abrazas pero no te despiertas. El perro es enorme y blanco y apoya sus patas delanteras en mi pecho, las traseras en el vientre. Sufro el aborto del niño que jamás tendré. Apenas puedo respirar. La lengua del perro arde contra mi cara cuando me lame. Hacia la almohada se pierde un puñado pequeño de lágrimas.

08:36: Te marchas. No te has fijado en mi mejilla quemada, ni en el mordisco en mi cintura, ni en lo hinchados que tengo los ojos y las bolsas bajo los ojos y las pocas pestañas que me quedan. No te ha sorprendido que me haya puesto una compresa. A mí tampoco. Volverás de madrugada y apenas estaré cubierta por una camiseta y unas bragas. Hay más de treinta grados ahí fuera. El ladrido de un perro violento suena a trescientos ochenta y cuatro mil cuatrocientos kilómetros de distancia.

(Fuente de la imagen: Jenna Barton Illustration)

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