Escoge un animal - Escapril día 25

Las rodillas amoratadas contra el suelo de piedra de este templo al corazón. Sobre mis hombros y mi cabeza se sostiene una capa de caperucita negra: la tela acaricia el vello de mis piernas y esta piel sedosa de la espalda, los pechos, las caderas.
A mi alrededor un círculo perfecto de encapuchados, cuatro metros de diámetro, un cántico de voces graves y lenguas muertas, secas, de ceniza que cae del labio hasta los pies. Emerge, emerge, álzate sobre tus tobillos feroces: apoyo todo mi peso en las rodillas, avanzo una pierna, mantengo agachada la cabeza. ¡Emerge, emerge! Me quito la capa, levanto los brazos pero doblo los codos y el dorso de mis manos descansa sobre mi pelo. Logro así un contrapposto tan perfecto como exagerado: los pechos se elevan, los pezones quedan a la misma altura, la cadera parece más ancha, la cintura más estrecha. Y mis ojos bajos, bajos, las pupilas ocultas entre las hojas densas de mi iris y el bosque talado de mis pestañas.
Entonces me atraviesan dos lanzas que me rompen el esternón en cientos de cristales: una desde atrás, otra desde delante, ambas de metal. No me quejo, mi postura no varía, una lágrima cae sobre mi pie derecho mientras un borbotón de pensamientos morados, azules, naranjas brotan entre mis pechos y convierten mis vértebras en gigantescas espinas que se abren paso hasta el coxis.
Alguien se acerca por mi espalda, me agarra las muñecas, estiro los brazos y forman una V. Desde la nuca me encierra la cabeza en otra cabeza. Me atornillan la nueva mandíbula a mi mandíbula, ajustan el hocico a mi tabique corto, tantos años de aparatos en la infancia, tantas horas tiradas en salas de espera, ahora cobran y pierden el sentido al mismo tiempo: no siento miedo a esta nueva fila de dientes y a la vez, ¿qué será de mi sonrisa?
Se apartan de mí. El círculo vuelve a formarse: diámetro de seis metros. Emerge, emerge.
Levanto la cabeza y bajo las manos frente a mi rostro. El vello que siempre he odiado en mis dedos ahora es fosco, oscuro, y mis uñas siempre cortas se han vuelto largas y afiladas como el par de colmillos que lamo y relamo.
Dejo caer las garras hasta las caderas. Echo una pierna hacia atrás, también los hombros. Siento un rastro de humanidad en mis músculos, en la forma en que me mantengo alzada sobre dos patas, pero ante todo hay un torrente de estrógeno y progesterona que invade mi cuerpo atravesado, mis flores, mis espinas, todo el vello. Levanto mis ojos redondos de bosque y el círculo a mi alrededor se amplia. Un diámetro de diez metros.
Separo las fauces desolladas. Voy a devorar la Tierra.


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