El contrato sexual
Una cuenta más de muchachas hermosas
con el cuerpo morado por prácticas
consensuadas, dicen, yo te ofrezco
este manantial en mis caderas
el pasillo estrecho de mi cintura
la pulcritud de mis piernas lampiñas
y el cuello, cariño, tan frágil entre tus manos
y tú mancilla y agarra y hunde las uñas
hasta el tuétano, sazónalo, bebe cada crujido
en mi boca los gemidos de todas las chicas
caídas en el engaño del dinero fácil
maltratadas bajo acuerdo, dicen,
y como único salario el sexo hinchado,
la píldora mañana en el desayuno, tu mano
tatuada en rojo sobre mis nalgas, una imagen
guardada bajo contraseña en una carpeta
que reza nubes, el papel higiénico que raspa
y recoge tu legado blanco y un rato de charla,
un beso en la frente, ver cómo te vistes
para irte a la habitación de al lado y yo marcho
a echarme agua fresca, a ponerme bragas limpias,
a observar cada poro que rezuma morado
y pensar que por qué, que desde cuándo,
que qué gano yo con esto que por qué me llena
de saliva la lengua centrar la vista en los píxeles
de una cuenta más de muchachas con heridas
semidesnudas preciosas hoy he hecho
cuarenta sentadillas, cuarenta abdominales,
me he maquillado para que me emborrones
la cara a escupitajos y bofetadas pactadas, dicen,
me gasté setenta euros en el conjunto
y tú con esos calzoncillos de hace siete años
y se me han puesto rojas las rodillas,
genuflexión frente a ti mi dios para ahogarme
en lo divino y con el clítoris sin tocar he arqueado
la espalda, mira qué inmaculado mi trasero
déjame la marca de tus dientes y penetra
fuerte, sin fluidos de plástico aunque los necesite,
me merezco todo esto por favor pégame
hasta que sienta algo, hazme gritar
como si me gustase para que creas que llego,
sí, dueño dios amor mío ya llego y entonces
tú puedas llegar también sin remordimiento
y dejarme sola luego en el baño mirándome
en el espejo, acariciando las agujas clavadas
por cada átomo de mi cuerpo de muchacha
hermosa y mancillada y morada
en una cuenta más: el hombre reducido
a un genital que subyuga
a un par de manos que a ratos aparecen
siempre para apretar y herir
y todas las muchachas tan bonitas
con náuseas en las gargantas y los ojos
llenitos de lágrimas mientras miran
a la cámara y yo me pregunto
desde cuándo quiero ser como ellas
un objeto, una muñeca a la que un día
y desde hace ya tanto tiempo
los niños de mi cole
arrancaron la cabeza.
(Fuente de la imagen: "Untitled, two mirrors", de Aino Kannisto).
Estoy estupefacta. Sin palabras, pero lo voy a intentar. Has condensado tantísimas cosas de la cultura de la pornografía aquí, pero tantísimas, que he tenido que leerlo despacito y dos veces por verso, porque el ritmo desenfrenado que crea ese juego con la puntuación me invitaba a resbalarme y caer hasta el final, pero he escalado para absorber cada referencia. Me encanta cómo el yo poético pasa de la persona en la pantalla a la persona fuera de ella, porque hay una importante cantidad de empatía y de comprensión y de entender que con dinero o sin dinero de por medio la cultura de la pornografía nos reduce a una misma cosa a todas (y a todos, por qué no decirlo). Es sublime y es visceral, pero sobre todo es inteligente. Echaba de menos leerte.
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